Chic y Hadas: Cuentos de la niña
A la Niña le gustaba salir a corretear con Lola y Gaz.
Muchas tardes después del colegio se dirigía al Parque Fluvial del río Turia a disfrutar
de la naturaleza y jugar con sus dos perros.

El tramo del camino, que conducía al río, que más le gustaba era el que transcurría
entre naranjos. Le gustaba porque, dependiendo de la época del año, o bien respiraba el
aroma del azahar, cuando los naranjos estaban en flor, o compartía una naranja recién cogida
del árbol con Lola y Gaz que, sólo con ver que se acercaba a uno de los árboles y cogía uno de
sus frutos, empezaban a babear.
Es lo que tiene vivir cerca de la naturaleza, algo que aquellos que no tienen ese
privilegio son incapaces de apreciar y comprender. La Niña sentía lástima de sus compañeros
de clase que no tenían oportunidad de vivir esos momentos, de no haber nacido en un pueblo
donde lo importante es saborear el placer de las pequeñas cosas, donde el contacto con la
naturaleza te enseña más lecciones de vida que todos los libros de Conocimiento del Medio de
todas las mochilas de todos los niños de todas las clases de todo su colegio, apilados uno
encima del otro.
La Niña gustaba de disfrutar de esos momentos previos a que Lola y Gaz se dieran un
baño y jugaran entre las frías aguas del Turia. Gaz, más ligero y activo en tierra firme,
correteaba de un lado para otro a lo largo de toda la caminata, Lola, más serena, esperaba su
momento como si supiera que dentro del agua no tenía rival y que allí le ganaría la partida a su
compañero de juegos.
Cuando llegaban al desvío que conducía a la orilla del río, ambos perros se detenían y
se quedaban con la cabeza ladeada mirando fijamente a la Niña esperando la más mínima
señal que les autorizara a salir corriendo hacia el agua. A la Niña le gustaba hacerlos sufrir un
poquito y esperaba a alcanzarlos para decirles: “Sí”, y ver como los dos salían apresurados a
darse su tan ansiado baño. Un simple sí creaba el milagro y daba paso a uno de los momentos
que llenaban de más satisfacción a la Niña, ver como Lola y Gaz, se bañaban, saltaban y
jugaban en el agua.
Los pequeños placeres de la vida son cosas tan sencillas que muchas veces no somos
capaces de apreciarlos. En ocasiones buscamos cosas a nuestro alrededor que nos den placer o
una cierta sensación de felicidad cuando la realidad es que todo aquello que ansiamos ya lo
poseemos, está dentro de nosotros, en nuestro interior y nos pertenece. Lo que ocurre es que
no sabemos encontrarlo y disfrutarlo, o, peor aún, no somos capaces de encontrarnos a
nosotros mismos y andamos perdidos buscando pequeños atisbos de felicidad que no nos son
propios y que, si bien a corto plazo nos pueden parecer satisfactorios, a la larga nos dejan un
vacío mayor que el que teníamos.
Una vez Lola y Gaz habían disfrutado durante un buen rato del agua y de sus juegos,
los tres emprendían el camino de vuelta a casa. Lola y Gaz mojados y, ahora sí, agotados, sin
moverse del lado de la Niña que sonreía sin darse cuenta y sin poder evitarlo.
Un paseo por el campo, el olor a azahar, comer una naranja recién cogida del árbol, un
baño en el rio, jugar y sonreír a la vida…, la felicidad de las pequeñas cosas.